¿Cuándo parar? ¿Qué parar?
Una contingencia mundial, un real sin ley, sin fronteras y sin límites, un virus que amenaza con la destrucción de la humanidad, genera que los gobiernos tomen medidas extremas. Varios significantes describen la situación: aislamiento, cuarentena, contagio, prevención, enfermedad y muchos otros que siguen mostrando la singularidad de cada ser humano.
He visto como progresivamente, a partir de medidas para evitar el contagio, han ido cesando las actividades habituales de las personas de las ciudades con situación más crítica y cómo estas medidas se ha ido acercando cada vez más a cada uno de nuestros hogares. Recibo diariamente mensajes de amigos y familiares muy angustiados, otros más serenos, con una preocupación en común: COVID-19.
El llamado es a la calma, a resguardarse en casa, no solo para no contagiarse si no para no contagiar a otros en caso de ya estar enfermo. El llamado es a parar todo lo que se venía haciendo; todo lo que es cotidiano, desde el beso en la mejilla para saludar hasta reunirse 15 personas en un salón de yoga, ahora podría ser mortal.
La respuesta es otra: salir desesperadamente a hacer compras, aprovechar el tiempo que no se está en el trabajo para hacer diligencias y trámites para los cuales usualmente no se tiene tiempo, visitas inusuales entre otras cosas.
Por otro lado, las personas que asumen el llamado y lo acatan están buscando maneras “creativas” de continuar con sus actividades, tanto laborales como complementarias. Se observa cierto agotamiento y preocupación por la situación, sin embargo estas personas siguen y siguen intentando.
Esta contingencia muestra nuestro lado humano movilizándonos constantemente hacia la destrucción. Repetimos una y otra vez lo que nos hace mal y cuando nos lo señalan, hay un impulso que parece ser más fuerte que nos lleva a intensificar y a seguir haciendo eso que tanto nos daña.
Nos exigimos constantemente seguir y seguir, no nos permitimos detenernos. Se vuelve imperativo tener que hacer cosas, adaptarnos a los cambios, todo de manera vertiginosa y en masa, todos juntos. Creemos que teniendo la tecnología podemos hacer casi cualquier cosa.
Me parece importante recalcar que subjetivamente hay algo que detener. Que debe parar absolutamente. Parece existir la sensación de que controlando el tiempo cronológico se tendrá el control también de los eventos que ocurran. Se habla entonces de disminución de jornadas laborales, de horas específicas para estar en la calle y de plazos establecidos para el aislamiento en casa. Además la gente parece graduar su angustia en función del número de personas contagiadas en su zona de residencia o del número de fallecidos, como si fuera mejor o peor una cifra más o una cifra menos. Toda una ilusión.
Es impresionante ver cómo se movilizan las personas, casi un fenómeno de agitación psicomotriz. Es inédito lo que ocurre a nivel planetario, de hecho, poco se había usado esa palabra hasta ahora. Nadie se salva pero pareciera que no quieren salvarse. Tal vez una suerte de negación, como mecanismo de defensa primitivo. En palabras de Freud:
“La muerte propia no se puede concebir; tan pronto intentamos hacerlo podemos notar que en verdad sobrevivimos como observadores. […] En el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo que viene a ser lo mismo, en el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad”.*
Hay mucho que reflexionar al respecto, pero en este punto, siendo la muerte lo que detendría toda acción humana ¿algo tendrá que ver esta resistencia a detenerse con el permanecer vivo?
*Sigmund Freud, 1915. “De guerra y muerte. Temas de actualidad”. 16 Volumen XIV pág. 72.
Psicóloga Clínica de orientación psicoanalítica.
Experiencia en el área de salud mental con niños, niñas, adolescentes y adultos. Intervención y tratamiento de las distintas manifestaciones de malestar subjetivo: angustia, depresión, ansiedad, somatización, dificultades en la socialización, entre otros.