“A menudo la enfermedad y la salud son costosas… tanto como la ignorancia”
Sigmund Freud
La experiencia de Saber
Recurrentemente, en la vida cotidiana las personas suponen que el estudio de algo funciona como una suerte de fantasía, que garantiza poder hacer frente a cualquier experiencia nueva que se presente. Por ejemplo, un sujeto que espera ser padre o madre, compra un libro que lleva como título: “¿Cómo ser padres?”. Se lee, digamos que “se entiende” y se pretende aplicar, ¿pero, esta lectura realmente te prepara para el desafío y responsabilidad de la paternidad? o por el contrario, ¿solo satisface a una fantasía de sentirse “en control” sobre la situación?
¿No es curioso que lo mismo ocurre en las relaciones de pareja, donde ante la más mínima crisis o desacuerdo se aspira a poder tomar control de la situación mediante una lectura de “Los hombres son de marte y las mujeres son de venus”?
Lo mismo sucede con el conocimiento sobre la salud mental, o las normativas del qué hacer social. Ningún saber teórico es garantía para saber hacer con el sufrimiento humano. De hecho, para el psicoanálisis, mientras más se supone saber, menos garantía se tiene, puesto que el sufrimiento humano es subjetivo, va del uno por uno. Por ello no calza, como el libro de recetas de “Stellino”, para preparar el plato que a alguien le apetece.
Saber versus Conocimiento
El conocimiento se puede definir como la adquisición de información o hechos, a través de diversos recursos en términos universales. El saber, por su parte refiere al uso de ciertos conocimientos o la producción de un conocimiento a través de la experiencia subjetiva. A propósito de ello, existe un chiste que permite visualizar esto en detalle y de manera jocosa:
Un abogado está manejando su coche y el motor comienza a presentar fallas. Se detiene en la autopista a la derecha y revisa el motor, él tiene idea de que refiere a una falla del motor en tanto nota que la potencia del mismo se reduce, ¿pero cómo hace frente a ello?
Al día siguiente lleva el coche al mecánico. Este lo revisa, saca una bujia, mete otra, y ajusta una tuerca. El abogado encantado de tener su coche en óptimas condiciones ya se puede imaginar manejando y tomando su viaje de vacaciones. En efecto, le pregunta al mecánico cuánto le debe. Este le responde: Son 250$. El abogado se siente estafado y le exige que en una factura detalle y justifique el costo. El mecánico no tiene problemas, toma un papel y un lápiz y le escribe: “reparar el carro: 100$; Saber qué reparar del carro: 150$”
Me parece que esta breve descripción y ejemplo permite ilustrar y ubicar tanto la importancia de la experiencia, como la importancia del conocimiento desde el lugar que se ha planteado.
El psicoanálisis: una experiencia de saber
Me parece que la experiencia del psicoanálisis es una forma posible para saber sobre sí mismo, no la única, pero sí una de tantas. Ahora bien, en cuanto nos referimos a cómo el psicoanálisis se diferencia de las otras disciplinas que ofrecen “saberes”, la pregunta sería ubicar de nuevo si el saber es suficiente, pues en cuanto al acontecer de lo psíquico, su enfoque realmente no se refiere al saber, sino al por qué nos resistimos a saber, a creer en lo que sabemos, o incluso saber hacer con lo que se sabe.
Se puede comentar mucho en cuanto a la utilidad de la lectura de una teoría, de un manual, tanto como del consejo de una tía, o la opinión de una mejor amiga. Lo interesante es que siempre existe una ineficacia, una impotencia en el razonamiento común de las personas para responder a las problemáticas y sufrimientos particulares de cada uno. Me explico: no sería extraño, ni antipático pensar que al momento de recibir un consejo o una guía ante algo que nos genera sufrimiento, aquella propuesta o respuesta, ya era sabida de antemano.
A modo de testimonio y sin caer en bosquejos teóricos, quisiera concluir afirmando que el psicoanálisis me ha permitido leer que del saber se puede suponer muchísimo, pero del deseo, de eso que nos habita y nos cuesta poner en palabras, de eso ningún libro, ni ningún erudito puede suponer nada, salvo nuestro descubrimiento para poderlo hablar, y finalmente saber como hacer para lidiar con lo único que es decisivo sobre el acto de vivir: saber hacer con lo que sí se sabe sobre nuestro deseo.
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