Como todos saben, hace unos meses atrás la muerte de un afrodescendiente a manos de un policía se sumó a la larga lista de hechos similares que ocurren en Estados Unidos. Este evento en particular desencadenó una ola de protestas que hacen oportuna la posibilidad de hacerse un par de preguntas sobre racismo y violencia.
La violencia, una larga historia
La Comisión Interamericana de los Derechos Humanos en un informe nombrado como: Violencia policial contra afrodescendientes en Estados unidos del año 2018, refleja que “los EE. UU. registran constantemente altos niveles de violencia policial: informes indican que la policía asesina aproximadamente a 1.000 personas y hiere más de 50.000 cada año en promedio”.
Así mismo, “en 2017, al menos 987 personas fueron asesinadas a balazos por agentes policiales, incluidos más de 300 que huían de los oficiales cuando les dispararon”. También señala que “en el 2015 el 34 por ciento de los civiles desarmados asesinados por agentes de policía eran afroestadounidenses”.
Si a estas estadísticas le agregamos una historia de esclavitud podemos ver cierta recurrencia. Ante un otro que se nos hace muy diferente o extraño, surge el intento de control y rechazo, a veces violento. A partir de ahí cabe preguntarse si es posible que esto no sea solo un momento de la historia sino algo más constante. Incluso podríamos preguntarnos si es posible que el racismo sea una forma de tratamiento de algo propio del ser hablante. ¿Por qué algunas veces logramos funcionar con la diferencia y otras no?, ¿qué ocasiona la violencia?
El odio al otro: ¿es normal?
Jacques-Alain Miller en su seminario Extimidad hablaba del racismo moderno como “el odio al goce del otro”*. Esto se podría entender como el rechazo a la forma particular en que el otro es. Cuando está muy cerca se nos hace extraño, invasivo y de alguna manera obstaculiza algo de nosotros mismos frente a él.
Uno puede esperar la aceptación y la sana convivencia simplemente por ser humanos. Sin embargo, precisamente por humanos y por la identificación que hallamos en ciertos nombres, grupos o modos de funcionamiento, reconocemos al prójimo como igual solo cuando no es nuestro vecino. En palabras de Jacques-Alain Miller: “se lo quiere amar como a uno mismo, pero sobre todo cuando está lejos, cuando está separado. Y cuando este Otro se acerca, se necesita en verdad del optimismo de un genetista para creer que se produce un efecto de solidaridad”*
En este orden de ideas, Jorge Assef ejemplifica que no nos molesta cruzarnos a diario, en distintos lugares a extranjeros con su ropa típica. Basta que uno se mude al apartamento de al lado y cocine con especias originarias de su país y se llene todo el pasillo del edificio de un olor al que no estamos acostumbrados. “Ahí es donde el goce del otro choca con nuestro modo de gozar”.
El racismo es consecuencia de un funcionamiento humano
Hay algo constitutivo del ser humano que difícilmente no sucumbe a la tentación de este tipo de rechazo. La agresividad, la violencia ocurren cuando el goce del otro esta respecto a nosotros a una distancia muy cercana, lo cual nos lo hace intolerable, intramitable.
Ejemplos como el que se ha mencionado ocurren día a día. Así, esto que nos asombra no pasa solamente en determinado país, sino que lo tenemos pegado a la piel y en nuestra lengua.
No es solo convencerse de que ese fue un acto racista por el contexto en el que ocurre, sino entender el racismo como consecuencia de un funcionamiento propio del ser humano, y que por tal razón, la ley juega un papel muy importante en la regulación de estas manifestaciones.
*Miller, J-A. “Extimidad” pág. 55. Editorial Paidos. Buenos Aires, 2010.
**Jorge Assef intervención como invitado en “Vivos en la pandemia: sobre el racismo en cada uno” de @psicoanalisisenseries.