Sobre el trauma se habla, se nombra, se le asignan consecuencias nocivas y se le adjudican orígenes catastróficos y extravagantes. Se le huye, se le teme, tanto así que en estos tiempos las terapéuticas que usan la salud mental como slogan y la felicidad como fin último de vida plena, venden métodos preventivos e higienistas que procuran “salvar” a los sujetos de una herida, de una marca. El trauma después de todo es una marca. El trauma, un cuerpo extraño, podría pensarse también como un texto extraño, una narración velada que se repite constantemente.
¿Se puede evitar un trauma?
Lamento informar que sería lo mismo que preguntar: ¿se puede llegar a viejo sin envejecer? Sería algo parecido a explicar un chiste. Me pregunto: ¿quién ha transitado la vida y se ha ido ileso de cicatrices? Recuerdo mi primera cicatriz. A los seis años aproximadamente, mientras patinaba con jabón en el baño, caí abriéndome una herida en la frente que fue cerrada con siete puntos, de esos de los de antes. Me decían que me iba a quedar marcada la cara, y así fue. Parecía que existía una preocupación por mantener mi rostro impoluto, sin máculas pero antes de ese evento ya había quedado una huella que se iba a repetir una y otra vez.
Con los años, caídas en la bicicleta, heridas en las rodillas y luego las arrugas en la piel como sinónimo de la vejez; esos surcos en el cuerpo que se encargan de recordarte que has transitado por la vida y que no te irás ileso de ella.
¿Qué sucede con el trauma desde el psicoanálisis?
Para el psicoanálisis el trauma es un encuentro con algo excesivo, inasimilable por lo simbólico, entendiendo lo simbólico lo que entra en el registro de los significantes, de las palabras, de los conceptos y la lógica, esa narrativa en la que entramos los sujetos hablantes que nos permite explicarnos la vida.
Por eso el trauma es indecible, deja un agujero en la palabra. Es eso que no tiene un sentido, una lógica, una imagen y una palabra que lo hiciera encajar en la narrativa significante. Por otro lado, para el psicoanálisis no se puede hablar del trauma como algo general, como aquella tragedia que nos marcó a todos por igual. ¿Se puede hablar de trauma colectivo? Sospecho que no. Creo que se puede hablar de acontecimientos que traen reminiscencias diferentes para cada quien.
Lo que hace que un evento tome carácter traumático o no traumático depende de la significación que se le asigne. En muchas ocasiones, existen dificultades para alojar este suceso en la memoria, entendiendo la memoria como el espacio donde los seres hablantes tenemos narrada nuestra vida.
Responsabilizarnos como sujetos
Pienso como ejemplo en personas que para no interrogarse sobre sus obstáculos o malestares se justifican afirmando que son así como resultado de sus padres, familias, entornos, sociedades. Marcelo Barros afirma que negarle al sujeto su responsabilidad, no lo favorece. ¿En qué sentido? Pienso que se coarta cualquier oportunidad de creatividad, de construcción subjetiva, de asumirse como seres deseantes.
Apropiarse de la experiencia es asumirse creador y constructor de la vida, responsable de las acciones propias; asumirse como sujetos deseantes y no quedar siempre atravesados por el oráculo que representa el discurso y las sentencias del otro. Esto es lo que sospecho es el parásito, que viene a hacer casa en el cuerpo, sintiéndose así mismo como un ajeno, ese cuerpo extraño que deja estragos, nos obstaculiza y nos deja en posición de objetos.
La historia del sujeto: una narración singular
El testimonio es singular, único y subjetivo. Varios sujetos sometidos a una misma guerra, a una misma hambruna, a una misma muerte, van a relatar y experimentar el evento de una forma única. El testimonio no obedece la lógica de la descripción del informe de la crónica, no obedece al discurso de “la realidad” el testimonio parece más un esfuerzo de poesía, una metáfora que se lee y se escucha más allá de la palabra escrita. En el testimonio se crea, se elabora y se construye un poema y una canción individual que intenta escribir sobre ese agujero que quedó en la narración y de leerlo y re-leerlo tantas veces sea necesario hasta que deje de angustiar.
Este agujero narrativo no puede llenarse con palabras clichés del discurso de la realidad. Por eso considero que es un esfuerzo el hecho de asumirnos como sujetos deseantes por escribir en ese vacío y que no se lea como una narración extraña y parasitaria.
*Barros, M. (2022) Las islas. Grama ediciones.
Psicólogo clínico de orientación psicoanalítica y actor de teatro.
Experiencia en la atención de niños, adolescentes y adultos con necesidades especiales.